Tercer y último comentario de la temporada de ópera de Bilbao 2010/2011. En este apartado recordaremos las representaciones de las tres últimas óperas, «Macheth», «Eugene Oneguin» y «Lucia di Lamermoor».
Macheth
Macbeth” de G. Verdi. Reparto: Vladimir Stoyanov (bar); Violeta Urmana (s); Giacomo Prestia (b); Stefano Secco (t); Andrés Veramendi (t). Coro de la Opera de Bilbao y Orquesta Sinfónica de Bilbao. Dirección de Escena: Francisco Negrin. Director Musical: Donato Renzetti. Palaco Euskalduna. Bilbao 19-II-11.
Es de lamentar que una representación bien cantada por las partes principales, que contó con un excelente coro y una brillante orquesta, orgullos ambos de los melómanos bilbaínos, se vea deteriorada y rebajada por una puesta en escena llena de contrariedades y casi caótica. La ausencia del barítono Carlos Alvarez la suplió con su elegante y afinado canto Vladimir Stoyanov. Cierto que no hubiera sido lo mismo la función si hubiéramos contado con el terciopelo vocal del malagueño, pero el búlgaro interpretó el rol de “Macbeth” con entrega y su habitual dulce línea de canto en los fragmentos elegíacos, no así en los pasionales.
Magnífica la soprano Violeta Urmana, en realidad, la triunfadora de la noche. Asumió su difícil papel aplicando un canto sin mácula, firme en el registro agudo y con poderosa voz ante las exigencias. No fue una “Lady” demasiado malvada, pero nos gustó su fraseo intencionado y su actuación alcanzó cotas de verosimilitud en la caótica exposición escénica. El canto del bajo Giacomo Prestia que hizo de Banquo se dividió en dos mitades. Una, la agradable, la que deparó el hermoso color oscuro de su voz, la segunda, la negativa, la que correspondió a su irregular línea.
Desde el punto de vista vocal, la opera alcanzó niveles de calidad porque además de los solistas, contamos con la garantía de un coro seguro, una orquesta brillante al mando de un veterano en las lides como el maestro Renzetti y además dos tenores (Stefano Secco y Andrés Veramendi) muy interesantes. Ignoramos lo que sucedió en Monte-Carlo con la producción, pero en Bilbao no se entiende tanta alegoría superflua, tanto “gollum” de Tolkien subiendo por la empalizada, tanta desconexión entre el argumento y la acción. El poco espacio que tuvo el coro para moverse, la pléyade de figurantes y ese único decorado para revivir la cueva de las brujas, la fiesta y el bosque viviente, dejó sin resolver una abucheada representación.
Eugene Oneguin
“Eugene Oneguin” de P.Chaikovski. Reparto: Scott Hendricks (bar); Ainhoa Arteta (s); Ismael Jordi (t); Irina Zhytynska (m); Annie Vabrille (m); Mikeldi Atxalandabaso (t); Nadine Weismann (m), Orquesta Sinfónica de Szeged y Coro de la Opera de Bilbao. Dirección de Escena: Michal Znaniecki. Dirección Musical: M.A.Gomez Martinez. Palacio Euskalduna 9-IV-11.
Es probable que la ópera de Chaikovski haya sido la más completa de las que se han presenciado en lo que va de temporada. En primer lugar por la excelente lectura musical y la absoluta claridad gestual del maestro Gomez Martinez hacia los cantantes y por supuesto, la obediencia de los miembros de la orquesta de Zseged a su batuta.
En segundo lugar porque los tres principales intérpretes de la obra cantaron de manera magistral y finalmente porque siempre contamos con la garantía del coro para reforzar el éxito o arreglar entuertos. Con respecto al protagonista, el barítono Scott Hendricks enseñó una voz de muy grato timbre y además extensa. Su actuación dramática fue comedida, tal como debe reflejar la frialdad del personaje y si bien su voz no posee un gran volumen, nos pareció escuchar a un joven barítono, cómodo en la zona grave, seguro en la zona alta y muy interesante para una nueva presencia en cualquier otro papel del repertorio habitual.
A su lado, Ainhoa Arteta estuvo sensacional. Su voz ha adquirido cuerpo y potencia y alternó el canto intencionado e íntimo con el apasionado de un modo convincente. Ahora sí que la guipuzcoana puede abordar con garantí absoluta óperas como “La Traviata”, “Manon Lescaut” o “Tosca”. La voz es firme, voluminosa y su escena envidiable como siempre. De todos modos, el más aplaudido de la noche fue el tenor Ismael Jordi. Lo cierto es que el jerezano nos deparó el aria que precede al duelo, la de su despedida, de un modo que rayó la perfección. La cantó con exquisito gusto, usando con maestría la media voz y solo con esta aria cantada como lo hizo le hubiera valido un hipotético carnet de gran artista en cualquier teatro.
Seguro y natural en escena el tenor Mikeldi Atxalandabaso cantando su bonito cuplé en francés. La producción de Michal Znaniecki contó con una idea posiblemente proveniente del film homónimo (Ralph Fiennes y Liv Tyler) en el que el duelo se celebra en un lago. El problema del agua en el escenario tras el duelo, lo resolvió anárquicamente haciendo bailar y chapotear a todos en él.
Lucia di Lamermoor
«Lucia di Lamermoor» de G. Donizetti. Reparto: Diana Damrau (S); Michael Fabiano (t); Ludovic Tezier (bar); Simçon Orfila (b); Francisco Corujo (t); Maria Jopse Suarez (s); Manuel de Diego (t). Coro de la Opera de Bilbao y Orquesta Sinfónica de Navarra. Dirección de Escena: Emilio Sagi. Dirección Musical: Carlo Montanaro. Palacio Euskalduna 14-V-11
Como el hermoso canto de una experta calandria resultó «la escena de la locura» que ofreció la soprano Diana Damrau. Su grato timbre de voz, de muy bello color, ya nos había deparado un perfecto fraseo y nos había avanzado la premonición de lo que podía ser su gran escena. Así fue y con el soporte de una depuradísima técnica vocal, la soprano alemana jugueteó a su antojo con los trinos, los arpegios, las escalas y todo tipo de adornos para gran deleite de todos. Pero no solo cantó como una gran diva soprano de coloratura, sino que actuó como quería Emilio Sagi, dando la impresión de verosimilitud, de realismo a lo que cantaba.
Bajo los abovedados arcos de la gran sala del castillo que ideó Sagi y como es habitual en el director ovetense, lució el blanco de la alborada, el rojo del ocaso y el negro de la muerte. Se notaron sus órdenes en los rítmicos y conjuntados movimientos de conjunto y sobre todo, su mano apareció en la amplitud y elegancia del escenario.
Debajo de la rama donde cantaba la calandria, se hallaba el tenor Michael Fabiano. Se entregó sin reservas, pero su voz resultó irregular en cuanto al color y sobre todo sin brillo en las notas de paso, lo que le impidió lucirse en la última aria, la de su muerte, en la que sufrió más de la cuenta al no poder abordarla a media voz de manera elegante. Lo cierto es que dio todas las notas y si bien de manera justa, llegaba a ellas, pero no exhibió una voz bella y eso es una gran traba para el éxito total. Del barítono francés ya se dijo con anterioridad que era un artista muy interesante.
En este papel de Enrico, enseñó una voz aterciopelada y amplia, ya que sus graves sonaban muy gratos y sus ataques a la zona alta lucían firmes. Como el resto de sus compañeros, incluído el coro, asimiló bien las órdenes de Emilio Sagi y teatralmente también estuvo convincente por lo que cuajó una actuación muy completa. Lamentablemente y a pesar de su empeño en oscurecer y agrandar la voz, el rol de Raimondo no casaba con la voz de Simón Orfila y al bajo le faltó solemnidad y gravedad.
Finalmente agradezcamos que tengamos el privilegio de contar con un coro tan versátil en escena y tan brillante en su canto y agradezcamos la segunda visita del maestro Carlo Montanaro en el atril principal por su envolvente batuuta y su clara mano izquierda en una dirección magnífica. Un hermoso cierre de temporada.
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