
Con textos de poetas y escritores naturalistas como Rielke, Lenau o Storm, la soprano Vanessa Goikoetxea acometió con su bien timbrada y potente voz las siete canciones musicadas por Alban Berg. Canciones todavía lejanas al dodecafonismo que luego experimentará el compositor, todas ellas un tanto recitadas y para cuya interpretación se debe recurrir a un fraseo claro e intencionado. La soprano duranguesa controló en todo momento la intensidad sonora que conllevan, mostró una media voz llena de delicadeza con la ejecución de preciosos filados y su interpretación general gozó del cromatismo vocal requerido. La liviandad de su canto legato nos llamó la atención y la gravedad de las canciones tan profundas de carga emocional, la soprano la culminó con ricos matices. La comodidad del maestro Guerrero, hasta entonces estático dada la naturaleza de la música de las canciones de Berg, cambió con la música de Mozart y su sinfonía “Júpiter” que siguió a continuación. En el segundo concierto de la tarde, el que se movió y con creces fue el maestro Semyon Bychkov al dirigir a la Sinfónica de Euskadi en la “Cuarta” de Mahler. Desde ese momento la calma de Berg se convirtió en importante agitación con la percusión y la instrumentación de las maderas que se impuso en la obra de Mahler. Al comenzar el bellísimo adagio se sentó en el escenario la soprano Serena Sáez esperando cantar el texto del lied que anuncia los placeres del cielo. Estuvimos absortos con el suave y delicado sonido expresado por los contrabajos marcando el lento tempo. Estuvimos implicados en el tenue acompañamiento de las cuerdas, con las manos casi inmóviles en alto del maestro Bychkov, cuando la joven soprano catalana enseñó su voz fresca, aún muy ligera. Dada su juventud, lo justo es esperar una actuación de mayor enjundia para poder juzgarla con más criterio, pero se hizo patente que está en sus inicios profesionales.
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