Recital de Canto. Solistas: Anita Rachvelishvili (Mezzo) y Vincenzo Scalera (piano). Obras de Tchaikovski, Rachmaninov, Falla, Tosti,Verdi etc. Palacio Euskalduna 27-II-21.

Al parecer hemos tenido que sufrir una pandemia virológica, para que el aficionado operístico bilbaíno haya llegado a conocer dos voces tan aclamadas como las de la soprano Lisette Oropesa y ahora la de esta magnífica mezzo dramática llamada Anita Rachvelisvili. No hay mal que por bien no venga, tal como reza el refrán y a falta de representaciones escénicas se ha podido contratar a estas voces que circulan en la actualidad por los teatros más importantes del orbe lirico. El riesgo que asumió en su día la mezzo georgiana de cantar con veinticinco años “Carmen” de Bizet en La Scala, se ha convertido en gloria total. Desde el sentimiento y la expresiva intimidad en los lieder que eligió de Tchaikovski y Rachmaninov mostró ya las características vocales y el poderío de su voz.
Comenzó a seducirnos por su naturalidad en el escenario y naturalmente por su seductora voz cuando todavía faltaba mucho para la traca final del programa. Una voz corpulenta y oscura, amplia y potente, con sonoridad inusitada en las notas graves y absoluta limpieza en las altas, siempre de igual color y no exenta de terciopelo. No obstante, decidió adentrarse en dos estilos en los que no brilló porque no todo es cuestión de voz, porque también hay estilos diferentes de canto. A las canciones de Manuel de Falla les faltó el estilo requerido, la agilidad precisa y sobre todo un mayor cuidado y claridad en el fraseo. Tampoco nos satisfizo en demasía las interpretaciones de las napolitanas de Tosti, otra especialidad que necesita otra dimensión en la expresividad y en la pasión y que coincide más y con mejor acierto cuando se escucha a una voz que sepa extraer la quintaesencia napolitana.
Pero ¡Ay amigos¡, tras un amplio anuncio publicitario de la ABAO que perseguía un mayor apoyo social, llegó la hora de interpretar a Azucena en “Stride la vampa” de Il Trovatore, la cual ejecutó con una fortaleza vocal ejemplar, con notas graves finales que parecían provenir del órgano de una catedral. Luego, interpretó a la princesa Eboli en Don Carlo, deparándonos unas cadencias preciosas e inusitadas. En el acostumbrado apartado de las propinas, encarnó a la Dalila de Saint Saens mostrando un amplio y exuberante fiato al cantar tan legato como lo hizo. Su “Habanera” de Carmen resultó generosa y con una fácil exposición vocal y llegó finalmente el aria de Santuzza de la Cavalleria Rusticana de Mascagni con esa voz de color azabache y fuego. A su lado, acompañándola, con la modestia de un grande al piano y con la profesionalidad de un maestro del teclado, Vincenzo Scalera. Los aplausos fueron unánimes para los dos intérpretes y el público los despidió en pie.
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