“El Caserío” de J.Guridi. Reparto: Santos Ariño (Bar); Carmen Aparicio (S); Javier Tomé (T); Alberto Núñez (T); Adhara Martinez (S). Coral del Ensanche y Asociación Ballet Olaeta. Orquesta Labayru. Dirección de Escena: Josu Cámara. Dirección Musical: Daniel Garay. Teatro Campos 21-XII-19.
Rompamos en primer lugar una o un par de lanzas en favor de una Asociación musical como la Coral del Ensanche, único bastión del género de la zarzuela en Bilbao. En efecto, son ya ciento quince años los que lleva la Coral del Ensanche divulgando tanto la zarzuela vasca como el género chico en general , por lo que nos llama la atención el futuro incierto que parece acosarle. Sería inexplicable y hasta absurdo que las instituciones pertinentes, es decir, Ayuntamiento y Diputación, no proporcionaran una razón social para que la agrupación continuara con la labor cultural que ofertan año tras año.
La obra de Jesús Guridi que se representó en el teatro Campos, contó además, con aportaciones artísticas fundamentales para la consecución del éxito. Por ejemplo, la contratación del tenor Javier Tomé, la cual aportó la calidad de un artista que unió a su corpórea y broncínea voz, la naturalidad y grata presencia escénica. Su famosa romanza “Que veo en Ana Mari” la cantó con expresión, lució un gran fiato y nos deparó un muy difícil filado final con gran suavidad, una particularidad complicada de conseguir en un tenor spinto de robusta voz como es la suya
No le anduvo a la zaga el que es protagonista de la obra, es decir, el personaje de Santi, encarnado por el barítono Santos Ariño. Probablemente sea su papel fetiche, no solo porque el artista vizcaíno domina la partitura y le infiere calidez vocal y sentido expresivo con una buena línea de canto, sino porque la caracterización que ofrece del personaje entronca con su propia personalidad en cuanto a seriedad y aplomo en escena. A destacar el hecho de que el centro de gravedad de su voz ha descendido, de manera que sus notas graves suenan casi como las de un bajo.
La formalidad escénica también se reflejó en la soprano Carmen Aparicio al mostrarnos una Ana Mari siempre recatada, formal y sin concesiones de otro tipo. Una vez más cantó con su agradable voz, sin mácula en las nota graves, en las que incluso se sintió cómoda. Finalmente, a destacar el trabajo tan completo de Alberto Núñez en su papel de Txomin, con gracia en escena y con su habitual musicalidad y línea de canto. Hubo un cierto desequilibrio con su pareja en escena, Adhara Martinez, la cual encarnó a “Inosensia” lejos de un claro canto y limpio fraseo. La inclusión del ballet Olaeta trajo la consecución de una romería de calidad y finura, que el maestro Daniel Garay aprovechó bien para dirigir a la Orquesta Labayru.
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