
Con el compositor de Ciboure, Maurice Ravel, la Sinfónica bilbaína cerró la temporada. Lo hizo además con la mezzo donostiarra Clara Mouriz, llamada a sustituir a la inglesa Alice Coote, quien informó su imposibilidad de acudir a causa de una afección. El canto de la joven guipuzcoana se centró en el exotismo del mundo árabe que interesaba a Ravel. Un ciclo de canciones que ya en su estreno a principios del siglo XX provocaba comentarios de rica voluptuosidad o fina sensualidad. En la primera de las canciones, titulada “Asia” la mezzo la cantó con voz controlada y un buen fraseo en francés una letra que refría la idea de escapar de una vida cotidiana hacia un país lejano de las mil y una noches. Con la elegancia requerida en la línea de canto, Clara Mouriz abordó “La Flauta Encantada”, la segunda de las canciones , una canción triste y acompañada de flautas y piccolo. Finalmente en unión de oboe, clarinete y fagot interpretó “El Indiferente” con el sonido de las cuerdas oscilantes denotando el estilo impresionista. Canciones cortas, canciones llenas de expresividad y profundidad, todo ello en un campo marcado con rigor por la elegancia en el fraseo, la intencionalidad y finura del canto francés. A Clara Mouriz no se le percibió que sustituía a alguien, cantó segura, elegante y afinada.
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