Normalmente toda adaptación de algo brillante, como en este caso la ópera de Mozart, suele ser un intento baldío. Lo original ya reconocido y admirado no necesita de ninguna adaptación o imitación. El adaptador si lo hace muy bien tendrá el obstáculo del original como referente de lo hermoso y si lo hace mal, el empeño queda como algo inútil. Ignoramos si hay quienes ven algo positivo que en la obra de Mozart la novedad consista en que el recitado sea en francés en lugar del alemán o si la escenografía llena de cañas verticales tiene algún interés. Ignoramos si unas voces de cámara nos puedan satisfacer desde el punto de vista del canto e ignoramos si la sola intervención del piano es capaz de reflejar la frescura y vivacidad de la música de Mozart. Lo cierto es que quedamos perplejos si no aburridos.
El Correo, mayo de 2011
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